jueves, 3 de mayo de 2012

X / No-X

Hay épocas en donde el discurso tiende a binarizarse y radicalizarse. Se crea una ilusión en donde hay dos bandos antagónicos, una especie de clásico buenos/malos como nos fue inculcado en los enlatados extranjeros. Esto, por supuesto, no es casualidad: parecería ser una extrapolación de un pensamiento que se cuela en nuestras formas de vida, en donde sólo dos caminos son posibles: discursos únicos y absolutos.

Dentro de esta problemática me interesa tratar el tema de los "anti", en tanto que conjunto definido de forma más o menos regular. La construcción de un conjunto "anti" supone, necesariamente, otro a lo cual el "anti" se opone. Esto plantea un primer obstáculo: ¿cuál de estos dos conjuntos es anterior?

Responder a este interrogante puede parecer sencillo: lógicamente, para que pueda haber una oposición, primero tiene que haber uno anterior que se defina positivamente. Sin embargo, también se da a pensar que un discurso "anti" sea el que configure otro de forma positiva a lo que oponerse. Personalmente, yo tiendo a encontrar más respuestas con la segunda cuestión. Esto se debe a que la construcción de una identidad necesariamente circunscribe, dentro de la dimensión discursiva de lo cual nada escapa, un afuera y un adentro. Es decir, un nosotros y un otro.

Para poder explicar este proceso, se nos es necesario dar cuenta de ciertas definiciones. En principio, definiremos discurso tal como lo entiende Michel Foucault en "El orden del discurso", texto esclarecedor que recomiendo enfáticamente. Foucault entiende al discurso como significaciones producidas que están enmarcadas por procedimientos de exclusión, a saber, la prohibición -la palabra prohibida-, la separación y rechazo -la separación de la locura- y la oposición verdadero/falso -la voluntad de verdad (Foucault, 1970).

Iremos un poco más lejo y haremos uso de la definición de E. Laclau, quien no concibe ningún hecho social por fuera de la práctica discursiva. Partiendo como condición de producción desde Foucault, Althusser y Lacan, entiende como "discurso" una práctica de articulación significante contingente, sin pretensiones de totalidad, toda vez que los sujetos son siempre sujetos en falta, abiertos, del inconsciente. (Laclau y Mouffe, 1987). En el discurso político, esta idea de contingencia permite elaborar el concepto de hegemonía, que para Laclau consiste en la construcción de una cadena significante articulada como un discurso cerrado, suturado, completo. Laclau insiste en que esta sutura es imposible, dado que siempre existe un afuera de este discurso que choca con él en sus límites y forma antagonismos, imposibles, restos. En términos lacanianos, es el contacto con lo Real.

Nos será útil también el concepto de "poder" utilizado por Eliseo Verón, definido como las relaciones que se establecen entre un discurso y sus condiciones sociales de reconocimiento (Verón, 1995). Esto quiere decir que, al rastrear las marcas de un discurso hacia las determinaciones de consumo del mismo, encontraremos una en particular que habla de las condiciones sociales en que este consumo se produce. Es decir, los mecanismos de base del funcionamiento de una sociedad, que se configuran como un condicionamiento para el consumo y la lectura de cualquier texto.

Para terminar de definir un marco teórico estimativo, recordaremos que V. Volóshinov define al signo como ideológico y multiacentuado. La característica de multiacentuación del signo habla de su polisemia. Vinculado con la cuestión ideológica, sabemos que se le puede asignar distintos valores a un signo (¿qué es la ideología sino una valoración?), por lo cual el signo se configura no como la realidad, sino que refleja y refracta otra realidad.

Dicho esto, volvamos al análisis.

Lo "anti" se configura en una matriz de oposición nosotros/ellos (u "otro"). Debe necesariamente construir a un otro positivo para colgarse de su existencia. Por sí mismo, ser "anti" no significa nada, sólo tiene sentido definido negativamente en relación con otra cosa. Es decir, si ese otro es X, el anti no será Y, sino NO-X. Por otro lado, el verbo "ser" marca una esencia ontológica. No es un "pienso", o un "me paro". Es algo que me constituye como sujeto de forma esencial y terminante. Todo lo que soy, siendo "anti", es nada sino oposición a eso sobre lo cual me planteo como "anti".

En principio, está el problema de la definición por lo negativo. Si yo me entiendo como oposición de algo positivo, no me estoy constituyendo como alternativa, sino meramente como oposición. En una relación lógica sería:

X= término positivo.
Y= término alternativo.
-X=término negativo de X

Si soy anti X, entonces soy opuesto a X, o sea -X. Esto no tiene nada de alternativa, sino que la relación que se establece es inversamente especular. Es como el reflejo negativo de X. Sin creación, sin propuesta, sólo una negativa.

Otra cuestión es la que tiene que ver con la ontología esencialista del concepto de "anti". El serlo, además de embeberse en toda instancia de la vida, se perfila como un discurso cerrado, suturado. Todo es motivo de rechazo o queja, y no hay lo que se escape de esa negativa. Pero no hay discurso, y todo es discurso, sino aquel que no está excento de aberturas, restos, contradicciones. Siempre hay antagonismos. Un discurso que crea solamente dos posibilidades (o nosotros, o ellos), sólo se encierra en una lógica binaria que es insostenible en el nivel de la praxis discursiva.

Por otro lado, y ya en el discurso "anti", debo hacer alusión a los elementos racistas que lo constituyen. Parecería que ser "anti" está asociado, en tanto que significante flotante, a un sentido de exclusión, en donde los miembros del "ellos" están descalificados como incultos, ignorantes. Se los considera coopotados porque el antagonismo que se plantea en esta situación es la opción de que "ellos" elijan otra cosa a conciencia y saber, sobre sus propias realidades materiales. El uso del racismo de clase es un argumento, amén de su falsedad, que no es puesto en cuestionamiento, cuando es poco probable que la comunidad "anti" hayan tenido alguna vez contacto con la otra. Esta operación hegemonizante, que construye a un discurso como el único posible, niega la existencia del otro.

Hay una forma de salir de este pensamiento, que se configura como binario, excluyente, exclusivo y acrítico. Esto es:
1) Reconocer que las posiciones no se dividen en un nosotros/ellos, sino que el discurso está abierto, que el nosotros y el ellos se entremezclan, que hay quienes no encajan en las categorías y sin embargo son transversales a ellas. Esto implicaría tomar lo bueno y criticar lo malo. Criticar implicaría una interpelación y un llamado al cambio de conducta.
2) No configurarse en relación al otro por la negativa. Dejar de ser -X y plantearse como Y, como discurso alternativo, sea cual fuere. Tomar aquello que nos sirve, criticar aquello que no.
3) Reconocer la polisemia de ciertos conceptos. Evitar cuestionamientos como "no se ve la realidad". Como está visto, "la realidad" es distinta de acuerdo a la experiencia de cada individuo o grupo social, y cada cual la ve y la percibe a través de sus ojos. Es una realidad no suturada, que permite la incorporación de otros elementos, que es lo que la hace dinámica y contingente, en lugar de ser esencial. Dar cuenta de que un mismo elemento puede ser multiacentuado, valorado desde distintos ángulos y propuestas, es fundamental para una construcción en conjunto.
4) Reconocer que las propias significaciones sobre las cuales nos movemos son ideológicas. Para eso debemos corrernos del sentido común (entendido en términos de Gramsci, a mi criterio la mejor definición del mismo, que implica un razonamiento ilógico, acrítico, amorfo, que responde a los intereses de aquellos que dominan) y empezar a ver de dónde viene lo que decimos, lo que dicen los demás. Criticar aquellas cosas que no nos son compatibles (no está mal, todos tenemos una postura), pero no por eso quedarnos en la queja vacía y en las expresiones de odio que caracterizan a la falta de reflexión. Para ellos también es importante que sepamos cómo opera la dimensión del poder de un discurso al tomarlo como propio, o como objeto de nuestro análisis.
5) Evitar discursos con efecto ideológico, en tanto que se presentan como un único discurso sobre un tema en particular -como es el religioso, el discurso fanático o el discurso "anti"- y poner en relieve las condiciones de producción de ese discurso. La creencia debe construirse desde el pensamiento crítico y reflexivo, y no sobre enunciados vacíos, irrespetuosos, que no aportan, que no construyen y que son una repetición sin pensamiento de un discurso hegemónico, que responden a otros intereses que los de aquellos que lo repiten.

lunes, 30 de enero de 2012

SUBE, inflación, empresas, Estado e ideología

Durante estos días mucho se dijo sobre cuestiones de precio y transporte y, principalmente, sobre el uso compulsivo de la tarjeta SUBE. Hasta el momento mis comentarios se centraron en criticar la queja sin acción, que se mantienen. Sin embargo, hoy vi una imagen que me hizo sentir necesidad de hacer un pequeño análisis discursivo:

Hay una trampa conceptual e ideológica en este razonamiento. Si yo cargo $50, después puedo ver en los visores de información que mi tarjeta contiene $50 para debitar en los molinetes o en las máquinas SUBE de los colectivos y trenes. Cada vez que hago un viaje se debita la cantidad correspondiente. Es decir, yo no estoy prestando nada a nadie, estoy COMPRANDO crédito que luego se utiliza en los viajes. Un post-pago, como las tarjetas usadas en los celulares, básicamente. 

Ese dinero que yo pago a cambio de crédito, en una COMPRA, lo colecta la empresa de transporte o los sitios autorizados para cargar la tarjeta. Eventualmente se cotejarán los viajes hechos con la tarjeta y el dinero recaudado por la empresa y, si hay diferencias, el Estado, que recauda el dinero cargado en las SUBE, le devuelve a la empresa el monto de la diferencia. De esto se desprende, en el caso extremo que todos los pagos vayan a un sitio autorizado externo a las empresas de transporte:

Yo le PAGO al Estado para viajar. Luego, la empresa provee el servicio a cuenta. Finalmente, el Estado da el dinero a la empresa por los viajes utilizados. Esto quiere decir que no es el USUARIO el que "presta" el dinero. De ser el caso en el que la empresa de transporte no recarga las tarjetas, es LA EMPRESA la que provee el servicio a cuenta de la devolución del dinero. Traducido, la empresa presta.

Lo interesante de esta postura es que el usuario o, como comunmente los llaman los mal llamados medios independientes, se identifica con la empresa. Los intereses del usuario serían los intereses de las empresas. Queda clara la matriz ideológica de esta identidad? La ideología dominante es la de las clases dominantes, tal como muestra la "acción del usuario" en defensa de intereses que son de la empresa y que se internalizan como propios.

Otra maniobra sobre la ideología consiste en el borramiento de la misma. Siguiendo este caso, otra de las quejas pasa por el manejo de los datos que la SUBE recopila. Información que, por cierto, fue dada a conocer públicamente por el mismo gobierno. Con lujo de detalles se explicita la información que se recauda, y se pone en duda la necesidad de recaudarlos, aún cuando su uso también fue públicamente justificado.

Hay otras instituciones que recaudan muchísima y muy sensible información de los usuarios, mucho más que el saber qué medios de transporte se usan por día (uf, que terrible estado policíaco que se puede armar con las idas y vueltas en colectivo). Estas instituciones son las financieras, principalmente los bancos. Cada vez que firmamos un recibo de tarjeta de débito, que tenemos todxs lxs que trabajamos en blanco, incluimos nuestro nombre y DNI. Más aún, podemos descubrir con detalles exhaustivos en qué se gasta nuestro dinero, cuáles son los ingresos que tenemos, las fechas de las operaciones, los montos, los lugares, entre otros. 

Necesitamos trabajar. Se nos presenta como una opción, como si pudiéramos decidir si trabajamos o no, aunque sabemos que si no lo hacemos no vivimos. Muchxs no cuentan con servicios financieros por no trabajar en blanco. Muchxs otrxs estamos obligadxs a tenerlos porque es a través de una cuenta bancaria por la que cobramos nuestros salarios, que retiramos a través de cajeros automáticos y utilzamos electrónicamente a través de las tarjetas de débito. En conclusión, decir que nosotrxs elegimos estos productos es mentira.

Ahora bien, parecería que estos usos de la información privada quedan fuera de discusión. Movimientos de información cotidianos, que rastrean prácticamente todas las actividades de nuestro día a día. Personalmente, me parecen mucho menos inofensivos que el rastreo de nuestros viajes diarios.

Muchxs argumentarán que es una violación a las libertades individuales (realmente, ¿violar la libertad? ¿es necesario ir a lo básico y recordarles a lxs argentinxs sin memoria que vivimos períodos en donde las libertades estaban total, completamente violadas?), y justamente este argumento es el que deja en evidencia lo que no se preguntan: ¿DESDE DÓNDE ME HABLAN? Este concepto de "libertad" es el pregonado por el más salvaje liberalismo económico, que reza la libertad de acción de la empresa, mientras se restringe el rol del Estado.

El ejemplo es mucho más claro con la justificación de Clarín con la suba del ABL en la Ciudad: "por la inflación", el gobierno porteño "se vio obligado" a subir el ABL. La operación de ocultamiento es aún más explícita: deja en claro que LA ÚNICA MANERA de indexar los ingresos de la Ciudad a la inflación es aumentando este impuesto, el más desigual, regresivo e indirecto de todos los impuestos no coparticipables. 

En este caso, el gobierno porteño DECIDE aumentar ese impuesto y no otro, o recaudar con una medida alternativa. Clarín presenta este aumento como la única opción. Y es aquí cuando esta operación ideológica se oculta a sí misma, al no preguntarse sencillamente POR QUÉ ES ASÍ Y NO DE OTRA MANERA. ¿Hay otras opciones?

Efectivamente, hay un impuesto recaudado por el gobierno a la Ciudad y no es coparticipable: el impuesto a los ingresos brutos, que grava directamente los ingresos por los actores afectados y, finalmente, termina cobrando más a quien más gana. 

Esta opción deja en claro que la decisión por el ABL se basa en la idea de la libertad de empresa y la igualdad de oportunidades, la gran mentira del liberalismo económico. Tal como se ve, no hay una única respuesta a la salida de la fluctuación de los precios, sino que la elegida es una decisión absolutamente ideológica.

No todo es lo que parece. Es necesario detenerse y buscar los elementos que no son evidentes a la vista. Se requiere un pensamiento crítico, que se pregunte cómo podrían ser distintas las cosas. Y proponer, no quedarnos en una queja irreflexiva que no suma y no acciona.